Cuando compartimos, uno se da al otro y recibe del otro y todo pertenece a todos en la inconfundible originalidad de cada uno.
Es saber dar y saber recibir. Es responsabilidad de la relación con el otro y es necesidad de su presencia y del crecimiento de ambos. Solo así se construye la verdadera fraternidad.
Hablar, por otra parte, significa “entregarse al que escucha” y en consecuencia escuchar significa recibir a un hermano que se entrega “fiándose” de su reserva y secreto.
En el compartir está implícito el AMOR, lo que no muere, lo que trasciende, lo que perdura el tiempo y el espacio. Convirtiéndose en sabiduría, impregnando nuestra alma y transformándose en un valioso tesoro para nuestra esencia.
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